Mi libro favorito de todos los tiempos es El Principito. Un libro que muchos pensarán que es aburrido, pero para mí es una joya describiendo los comportamientos de los seres humanos y nuestra forma de pensar. Además de proveer una mirada distinta del mundo y a su vez, una invitación a expandir nuestra forma de pensar.
¡El capítulo 21, es el mejor! El Principito se encuentra con el zorro y ahí empieza “el meollo” de explicar el proceso de “domesticar”. El zorro enseña al principito como conectar y como crear lazos. Los seres humanos nos domesticamos unos a otros, al igual que hacemos con los animales. De primera intención se lee raro eso de domesticar, pareciera que dice que nos “lavamos el cerebro unos a otros”. Pero no es así. Los humanos somos “animales de costumbre” por eso extrañamos las cosas que menos hubiéramos pensado. El zorro explica lo qué es domesticar:
– Es algo demasiado olvidado – dijo el zorro. – Significa “crear lazos…”
– Crear lazos?
– Claro – dijo el zorro. – Todavía no eres para mí más que un niño parecido a otros cien mil niños. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro parecido a otros cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo. Yo seré para ti único en el mundo…
Para crear lazos con los demás necesitamos tiempo. El zorro puntualiza que deben irse acercando de poco a poco. Las relaciones se construyen. Como las plantas, se van cultivando. Sin embargo, en el mundo que vivimos pensamos que todo es fácil y rápido. No hay tiempo para dejar que las cosas crezcan. Queremos cosas instantáneas. Las nuevas generaciones viven para las gratificaciones instantáneas. Queremos ser amigos de inmediato y a la primera diferencia nos apartamos. No nos tomamos el tiempo de construir. Creemos que todo en la vida se trata de hacer “clic”.
Hemos perdido el arte de crear ritos. Las relaciones tienen sus ritos. Si conoces a alguien y de momento recibes un texto diciendo “Buenos Días” o una llamada en algún momento del día y esa acción se repite por varios días, el día que la persona no lo haga te va a extrañar. Vas a pensar: ¿qué paso que no me llamó? ¿Qué ha pasado que hoy no hubo un mensaje? Otro ejemplo: si todos los días almuerzas con tus amigos de la universidad o del trabajo, el día que falte uno de ellos los vas a extrañar. Vas a sentirte que te falta algo. Sin querer se han domesticado mutuamente. Han creado ritos y costumbres que hacen su relación única. Tal vez para otras personas no son cosas importantes, pero entre ustedes es parte de esa conexión especial que tienen.
Quiero hacer una aclaración en este punto: ¡cuidado con malinterpretar lo que estamos diciendo! No estamos hablando de obligaciones y mucho menos de conductas de control. No hablamos de apegos. Estamos hablando de cosas que hacemos libre y voluntariamente y con las que nos sentimos bien y cómodos. En el momento en el que se convierte en una obligación y es algo exigible ya nos salimos de lo que queremos presentar en este artículo. Ahí comienza la falta de respeto, la presencia del control, la falta de libertad y eso en cualquier relación es peligroso.
Volviendo al tema principal, este capítulo del libro nos enseña también a vivir en el presente y a dar lo mejor de cada uno. Fíjate que El Principito tenía un camino que seguir. Él tenía una misión: el buscaba a los hombres. Tanto él como el zorro sabían que iba a llegar un momento en el que tendrían que separarse. ¿Qué hubieras hecho tú? ¿Te hubieras tomado el tiempo de cultivar una relación sabiendo que eventualmente se tenían que separar y te iba a doler la partida? O hubieras hecho como ellos, que se arriesgaron y dieron lo mejor de cada uno sin pensar en el mañana. Por haber dado lo mejor de cada cual dejaron huellas en las vidas del otro y vivirían con grandes recuerdos de los momentos compartidos. Al final, habían construido memorias que los unirían para siempre, más allá de la distancia, aun sabiendo que no se iban a volver a ver. Construyeron una relación sin apegos.
Nos hace falta regresar a domesticarnos. Hace falta construir relaciones duraderas que se fomentan en respetarnos como individuos, acercamos con paciencia y sutilmente, tener ritos, conocernos y descubrirnos desde la mirada del otro. Cuando hemos sido domesticado por otro, todo cobra un sentido distinto. Ese café ya no es una café, sino el café que compartía con x. Esa película ya no es la misma, sino la que fui a ver con x. Esa canción no es la misma, sino la que canté a todo pulmón con x.
– Adiós – dijo…
– Adiós – dijo el zorro. – Aquí está mi secreto. Es muy simple: sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
– Lo esencial es invisible a los ojos – repitió el principito a fin de recordarlo.
– Es el tiempo que has perdido en tu rosa lo que hace a tu rosa tan importante.
– Es el tiempo que he perdido en mi rosa… – dijo el principito a fin de recordarlo.
– Los hombres han olvidado esta verdad – dijo el zorro. – Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa…
– Soy responsable de mi rosa… – repitió el principito a fin de recordarlo.
Y concluyo recordándote lo siguiente: “Lo esencial es invisible a los ojos.” Los ojos o las apariencias pueden siempre engañarte, pero el corazón jamás. Tómate el tiempo de mirar con el corazón y de conectar. Y por último y no menos importante: “Eres responsable para siempre de lo que has domesticado.” Una vez domesticas alguien ya no vuelves a ser igual y la otra persona tampoco. Nuestras acciones, siempre van a afectar al otro. Actúa en tus relaciones responsablemente y crearas lazos para toda una vida.
Del resto del relato solo me falta invitarte a leerlo, desde la perspectiva de la receta perfecta para crear lazos duraderos y fuertes.
Domesticar y ser domesticados es conectar.
Un abrazo a mis domésticos soles.
Misma
Nota: Accede al capítulo aquí.