La necesidad de pertenecer es una tan básica como la de respirar. Los seres humanos estamos diseñados para vivir en sociedad y para estar acompañados. Es nuestra naturaleza. Así es que la necesidad de ser aceptado, amado y de pertenecer a algo debe satisfacerse. Esa misma necesidad en ocasiones nos lleva a aceptar cosas que nos empequeñecen. Cosas que atentan contra nuestra dignidad, contra nuestros valores, contra el amor propio.
Nos empequeñecemos para encajar donde no cabemos. Comenzamos transando las pequeñas cosas. Negociamos con lo que somos. Nos repetimos una y mil veces: es que esto no es tan importante o simplemente que las cosas van a cambiar con el tiempo porque esto es pasajero. El resultado es que cada vez mas dejamos de ser nosotros mismos. Nos olvidamos de lo grande que somos, de lo valientes que hemos sido, de lo que hemos superado, de que merecemos lo mejor… Nos olvidamos de nuestras metas y sueños. Aceptamos menos porque eso es “lo que trajo el barco”. Poco a poco nos vamos reduciendo para ser aceptados y “amados”. Y lo terrible es que en muchas ocasiones no nos damos cuenta hasta que ya no queda nada de nosotros mismos.
A veces es el trabajo donde estamos, el grupo de amistades, la relación en la que estamos o el estilo de vida que escogimos. Lo cierto es que en ocasiones nos hemos adaptado tanto a estar contenidos en la “cajita” en la que no cabemos y aunque estemos a punto de explotar seguimos en nuestra incómoda comodidad por temor a “perder” ese espacio minúsculo en el que de todas maneras no tenemos oxígeno.
Hoy te regalo este pensamiento: nada que sea para ti te hará menos. Naciste para brillar, para ser grande, con dones y talentos que debes explotar. Viniste a ser aceptado y amado en toda tu grandeza. Lo que te minimiza y te aparta de ti mismo cuesta muy caro. Si tienes que reducirte para caber en algo; no es para ti.
Entender cuán grande eres, es conectar.
Un abrazo rompe-costillas,
Misma
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