“Las mujeres estamos para habitar este mundo. Para regirlo y llenarlo de “ricura”. Para trascender.”
Todo el que me conoce sabe que vivo orgullosa de ser mujer. Y no es que sea una feminista de esas de “clavo pasao”, pero con el paso de los años he entendido que las mujeres estamos para habitar este mundo. Para regirlo y llenarlo de “ricura”. Para trascender. Y no me malinterpreten mis galanes; yo los amo a ustedes. Me encantan y sin ustedes la vida no tendría esa sazón divina. Pero ser mujer es lo que me enorgullece. De veras que eso no lo cambio. Es por eso que quiero dedicar un breve espacio a celebrar con orgullo Marzo: Mes de la Mujer. Y el 8 de marzo: Día Internacional de la Mujer Trabajadora.
Y mis chicos, dirán: ¿y cuando es el día de nosotros? Pues todos los días al igual que nosotras. Lo que pasa es que ustedes han tenido muchas más oportunidades que nosotras en muchos aspectos. Ustedes tuvieron el privilegio de haber comenzado a dirigir este mundo. Mientras que nosotras, hemos tenido que luchar (y seguimos luchando) por nuestros derechos y lugar, al ser percibidas por algunos como el sexo débil. Claro que los tiempos han cambiado y cada vez somos mås las mujeres que estamos en posiciones prominentes y en todos los campos, pero nos falta mucho. Y es por eso, que hoy quiero exaltar a tres “muchachas” (como se hacían llamar) que tuve la oportunidad de conocer en esta vida. Aquellas que me demostraron con su ejemplo lo que es ser una “mujer” con sus “pantysitas” bien puestas.
Mi abuela: Doña Maya, como todos la conocíamos, es sin duda una mujer que impactó mi vida desde siempre. Cuando tuve la oportunidad de conocer su historia de veras que aún más orgullosa estaba de haber formado parte de la estirpe de esa gran señora. Mi abuela vivió en la época donde la industria tabacalera era el mayor ingreso en muchas familias. Era la época donde muchos padres de familia tenían que decidir quién de los hijos iba a la escuela y quien trabajaba. A mi abuela le tocó trabajar. Nunca recibió instrucción escolar. Nunca aprendió a leer ni a escribir. Ella trabajaba fuerte en la industria del tabaco. Tenía que caminar muchísimo para poder llegar a su trabajo y regresar al hogar. En su época, no conocíamos de la explotación de menores ni del maltrato. Pero ciertamente, ahora que lo miro fríamente, ella estaba siendo explotada en esa fábrica para sacar a su familia adelante. También en un momento dado de su niñez tuvo que ser sometida a una cirugía de un ojo la cual terminó en una prótesis. En ese entonces, era muy duro. El ojo era de vidrio y por lo costoso que era todo no era la mejor apariencia. La pobre tuvo que cargar con la burla y la mofa de muchos. La gente decía que no se iba a casar. Aun así, eso nunca minó su capacidad de seguir adelante y ser la mujer más fuerte que jamás he conocido. Logró casarse con el amor de su vida y tener una familia donde todos fueron educados y se les inculcó que tenían que estudiar. Una mujer recta, de carácter fuerte a quien aunque no tuviera escolaridad, no le temblaba la mano cuando tenía que luchar por sus derechos o por los de los suyos. Doña Maya, se sabía el rosario completo con todo y letanías. Era la mejor rezando los rosarios de los difuntos del pueblo. Era la mejor cuidadora de enfermos del mundo. Se sabía de memoria toda la liturgia de la misa y las canciones tradicionales. Cocinaba como los dioses y en su casa nunca faltaba comida para todo el que llegara. Era una mujer de avanzada. Muy adelantada a su época. A veces mis padres me regañaban y ella salía en mi defensa con apertura ante temas que no hubieran sido tolerados en su época. Sin embargo, ella crecía y se adaptaba a los nuevos tiempos. Con tantos tropiezos siempre logró levantar su familia, aun después de haber enviudado. Mi abuela me enseñó a luchar por lo que yo creía. Me enseñó lo importante que era estudiar para las personas de mi generación. Me enseñó a estar orgullosa de mis raíces, pero también a plantar y cosechar en otros lugares donde hubiera oportunidades. Aun cuando el Alzheimer le comía la mente y el alma, su espíritu de lucha no podía ser minado. Ella seguía batallando y peleando por lo que entendía que era correcto, pero a su vez guardaba su sentido del humor y su ternura. Jamás un “te amo loca” va a sonar más dulce que los de mi abuela cuando me lo decía.
Mi Tía Mercedes: Era tía de mi abuela. Se suponía que era una tía lejana para mí. Pero era la más cercana que tuve en mi vida. Vivía con mi abuela. Fue la compañía de mi abuela desde que mi abuelo falleció. Peleaban que ni tienen idea, pero se adoraban. Realmente se adoraban. Ella era una mujer de mucha historia por contar. Vivió muchos años en Estados Unidos y sufrió los embates de una nación en guerra. Supo contarme cómo en tiempo de guerra el dinero no valía nada. Lo importante era lo que tú tenías para “el trueque”. Así sobrevivió una gran depresión económica. Remendaba y cocía uniformes de soldados. Siempre trabajadora y le encantaba vivir bien. De mi tía saqué el buen gusto por la comida, los dulces y las cosas “fashion”. Esa mujer hacía los desayunos más deliciosos del mundo. Las cremas (cereales calientes), las tortillas y el mejor “sandwich” de jamón y queso del mundo. Me adoraba. Siempre me complacía en todo. Hablaba un inglés que me motivaba a aprender. Tenía un carácter también fuerte. Pero había sufrido mucho. Antes de morir me enteré que había sido maltratada por un marido que había tenido en EU. Lloré demasiado porque realmente el tipo la dejó moribunda en ese entonces. Aun así, ella logró armar los pedazos de su vida y hacer de ella lo mejor del mundo. Logró escapar de ese círculo de maltrato del que muchas no salen vivas. Murió antes de que me graduara de mi bachillerato, pero siempre me dijo lo orgullosa que estaba de mí. De ella aprendí que siempre se puede resurgir de las cenizas. Que nada está escrito en piedra y que lo que no te mata te hace más fuerte.
Mi Madrina Guille: Madrina era la más joven de las tres. Era hermana menor de mi abuela. Una mujer que siempre estaba bien puesta. Con sus buenas prendas. Sus manos, pies y pelo “set”. Coqueta. Graciosa. Alegre. Era la que había ido a la escuela y había tenido la oportunidad de hacer cosas diferentes. Madrina era el alma de la fiesta. Se reía con un gusto que alegraba lo que fuera. Ella sí se había tomado en serio lo de que si mi mamá no estaba ella tenía que hacerse cargo de mí. Cuando me enfermaba y Mami o abuela no podían cuidarme, ella me cuidaba. Siempre tenía un cuento nuevo. Una mujer de fe, que rezaba también y que buscaba a mi abuela todos los domingos para ir a misa. Ella amaba a todos mis amigos. Era como decimos “un trip”. Una “charlatana” como le decía yo. Vivía el momento. Le encantaba “vacilarse” a la gente. Ya de grande hablar con ella me hacía morir de la risa. Madrina nos dejó pronto y digo pronto, porque, aunque yo ya había terminado mi carrera, yo siempre sentí que me faltaba más por compartir con ella. Yo creo que de ella saqué muchas ocurrencias. También aprendí de ella a vivir el presente y a reírme hasta que se me salieran las lágrimas. Su mejor consejo: “nena soltera sí, jamona jamás” ?
Estas tres chicas, fueron una gran bendición en mi vida. Vivieron en una época en la que muchas cosas no eran posibles para nosotras las mujeres. Abrieron paso para generaciones como la mía y las siguientes. Fueron la mejor lección de historia que pude haber recibido. Grandes maestras de vida que me mostraron un amor profundo y diverso. Pensarlas me lleva a sentirme aún más orgullosa de ser mujer. Me inspiran a seguir adelante contra cualquier obstáculo que pueda ocurrir. Esas mujeres forjaron mi historia y estoy segura que tú que me lees también tienes mujeres así de extraordinarias en tu vida. Si aún tienes la oportunidad de abrazarlas y darle las gracias hazlo. Si aún tienes la oportunidad de sentarte a hablar con ellas hazlo. Aunque las historias te parezcan repetitivas, sé que cuando dejes de escucharlas harán más sentido que nunca en tu ser. Hoy toma un espacio para reconocer a esas mujeres que han sido significativas en tu vida, mujeres que trascienden y que han hecho que hoy vayas en camino a la mejor versión de ti misma(o).
Recordar y atesorar a “Las Muchachas” de tu vida, es conectar.
Felicitaciones a todas “Las Muchachas” (de cualquier edad) que nos siguen.